Mochila
de Misión: Caminando hacia la santidad
Poco a poco me hicieron darme cuenta que Dios quería algo distinto de mí, pero aún sentía miedo. Así fui caminando por otros rumbos. ¡Cómo olvidar mi primera parroquia! ¡Mi querido Clichy! ¡Cómo olvidarme de gente tan buena y tan sencilla! Jamás pude olvidar este momento, menos aún conocí allí a un monaguillo, que se convertirá en gran colaborador de la Misión: Antonio Portail.
Continúe mi camino y acepté con mucho dolor un gran
cambio. Me llevaron de Capellán de una familia muy acomodada, los Gondi a
quienes siempre les guarde gratitud y afecto, especialmente a la buena Señora
Margarita. Un día, en una pequeña villa llamada Folleville, ella me mostró, de
la manera más real la necesidad espiritual de la gente del campo, de aquellos
pequeños de Dios que habían sido abandonados. Era 1617 y ya me iba convenciendo
que Dios no había permitido que sea sacerdote, para ascender económicamente,
sino que tenía una misión mayor para mí. Pasaron los meses y la necesidad de
una familia, hizo conmoverme y contagiar a otros de estás grandes necesidades.
Vi de cerca la caridad, caridad que podría venir incluso de los que menos
tenían, pero que era necesario organizar, y así sin querer fundamos junto con
otras mujeres la primera Cofradía de la Caridad.
Mis grandes amigos ayudaron a modelar mi humanidad. Poco
a poco empecé a tener experiencias de Misión, junto con otros sacerdotes me fui
dando cuenta del bien que se puede hacer y de la necesidad de llenar el mundo
de Cristo. Los años iban pasando y con mucho temor, decidí emprenderme en la
fundación que impulsó mis fuerzas y energías durante toda mi vida, la
Congregación de la Misión. ¡Era una locura! Pero recibí la ayuda de la
Providencia a través de los esposos Gondi. Poco a poco fui convenciendo a otros
hombres que esto que fui viviendo y experimentando no era algo solo mío, sino
de Dios.
Conocí a una gran mujer que necesitaba de mi acompañamiento espiritual y yo necesitaba de su impulso de caridad. Juntos nos fuimos dando cuenta de otras necesidades y que solos no las íbamos a poder cubrir. A ella la impulsó el Espíritu Santo, a mí la obediencia al Padre y juntos fundamos una Congregación, para aliviar las necesidades espirituales y materiales de los más pobres. Así, en 1633, nacieron las Hijas de la Caridad, que con el tiempo fueron la Congregación femenina más numerosa en el planeta.
Los años fueron pasando y las necesidades se hicieron más
grandes. Vi el dolor y las consecuencias de la guerra y la peste: el hambre, la
orfandad, la enfermedad y el sufrimiento. No deje de trabajar nunca por aliviar
estás situaciones de los hombres, y poco a poco, estás obras, cruzaron las
fronteras de Francia en donde necesitaban de la Misión y de la Caridad de
Jesucristo.
La experiencia ayudó a clarificar la raíz de los
problemas y plantear soluciones. La vivencia de los misioneros me hizo ver
algunas actitudes necesarias para aquellos que buscaban apasionarse de este
servicio: la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo
apostólico. Los años que siguieron no fueron fáciles, Francia casi siempre
estuvo en Guerra y las necesidades no cesaban. Fui amigo de reyes y obispos, de
grandes santos con quienes compartí mi experiencia de la búsqueda de mi propia
santidad, fui amigo de los pobres, y jamás pude detener ni cansarme de
atenderlos. Fui feliz, con una vida creativa de mucho trabajo, hasta que la
vejez fue llegando a mí y el Señor me recibió en su Reino un 27 de septiembre
de 1660.
Hoy, luego de casi cuatro siglos, sigo convencido que la
santidad es encontrar qué es aquello que Dios quiere para tu vida. Por eso te
invito a descubrir, amar y hacer realidad tu vocación. Lo qué sigue lo
construirás tú, junto con Dios, a veces no haciendo grandes cosas, como tal vez
me tocó a mí, pero sí lo irás forjando, convencido que creas una experiencia
nueva, que poco a poco se construye un santo nuevo, y Dios te da la oportunidad
de ser feliz, y eso no te detendrá jamás.
Hno Vero Urbina Verona, CM
Me gusta el dibujo de Vicente con la vela.
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